19 February, 2010
Transformación de la burbuja
Érase una vez una burbuja transparente. En su interior podía uno ver la vida. Giraba hacia un lado y hacia el otro, despacio y como si estuviera tratando de reconocer el lugar en que se encontraba.
Podían sentirse en las paredes surcos curvilíneos que recorrían toda la superficie como delgadas venas.
Había una especie de pasto que cubría una extensión muy grande. Pero no era pasto porque en principio no era verde sino rojo, un rojo como la gran nariz de un clásico payaso.
En medio de esa alfombra roja, sin estar seguros de ello, uno podía ver un dinosaurio dormido, acurrucado como si tuviera mucho frío.
Todo era muy oscuro, es por eso que resultaba difícil dar por sentado que el pasto fuera realmente rojo o si lo que en medio reposaba era un dinosaurio y no vaya a saber uno qué cosa.
Un suave calor atravesó a la burbuja. Nadie más que ella pudo darse cuenta que algo en su claridad se transformaba. Sintió un poco de miedo por no saber lo que sucedía. Un azul que apenas girando un poco hacia cualquier lado se convertía en morado que sin ser capaz de precisar el justo momento en que ya era rosa, amarilla o verde. Como si al ritmo de un segundero se disfrazara más allá de las posibilidades de un arco iris.
Las paredes desconocieron la obscuridad y se vistieron del verde de las hojas que brotan desde la tierra nutrida. Las paredes se habían desdoblado, como estirando los brazos por la mañana antes de darse un baño.
La burbuja seguía transformándose de colores, y sin dejar de girar para todas partes se encontró deslizándose sobre una de las paredes, entonces sintió los surcos que no eran venas. A ras de alfombra incendiada, siguió sin saber qué era, pues ahora sabía que no era un dinosaurio.
Justo antes de deslizarse como en un tobogán, se dio cuenta, a ras de piso, que no era un dinosaurio dormido, ahora le parecía una gran boca con lengua amarilla, nada cambiaría que fuera lo que fuera. Entonces se miró y se reconoció como una gota de agua que fluía después de pasar la noche protegida en una flor que al amanecer se abrió a penas el sol salió.
Supo también que al caerse se fragmentaría en varias gotas. Una parte de ella se metería en lo profundo de la tierra que abrazaba las raíces. Otra parte brincaría de una manera tan peculiar que se uniría a un pequeño arrollo que justo a un lado peregrinaba en busca de un cause más grande. Otra se propondría investigar la manera en que las hormigas se hidratan dejándose beber por la primera de ellas que le acercara el aliento.
Sintiéndose alegre de saberse multifacética, soltó un grito de alivio, disfrutando la caída-libre sin dejar de sonreír…