13 September, 2011
Escuchemos a Miles
Por: Porfirio Hernández Ramírez
El próximo 26 de septiembre se cumplirán 20 años de la muerte del músico y compositor Miles Davis (1926-1991), ocasión propicia para escuchar su discografía deslumbrante y que tanto contrasta con el jazz actual, del que es fecunda e inagotable referencia.
Irreverente y sarcástico, contestatario y revolucionario, Miles Davis transitó por los más diversos géneros del jazz estadunidense con la insignia de la libertad creativa y el talento de un virtuoso de la trompeta. Nacido en el seno de una familia de clase media, Miles aportó originalidad musical por casi cinco décadas. A los 17 años tocaba en una banda de la orillas del río Mississippi, los Siete Demonios Azules, dirigida por Eddie Randall, en el east Saint Louis, cuna y escenario de los padres del jazz, el blues y el gospel en la primera mitad del siglo XX. Ahí estaba ya el joven Miles, habituándose al bebop, que por entonces imponían con maestría Dizzie Gillespie y Charlie Parker.
De hecho, ambos músicos le dejaron una huella indeleble en su creatividad. Cuenta, en el prólogo de su autobiografía (Ediciones B, 1991 y 1995) escrita en colaboración con Quincy Troupe: “Mira, la sensación más fuerte que he experimentado en mi vida (con la ropa puesta) fue cuando por primera vez oí a Diz y Bird juntos en St. Louis, Missouri, allá por 1944. Yo tenía dieciocho años y acababa de graduarme en la Lincoln High School, que estaba justo al otro lado del Mississippi, en East St. Louis, Illinois. Cuando oí a Diz y Bird tocar en la banda de B [Billy Eckstine], me dije: ‘¿Qué? ¡Qué es esto!’ Tío, la parida era tan fuerte que asustaba”.
Así era Miles Davis. No le importaban las formas, las clasificaciones, los nombres que podría dársele a la música que hacía; “call it anything”, respondió al término de una inolvidable improvisación en la isla de Wight. Pero impulsó el bebop, dio nacimiento al cool, dio nuevos horizontes al free jazz, el blues y el funk, visitó y regresó al hard bop, incursionó en el jazz rock y el acid jazz… Era un incansable buscador de nuevos lenguajes, pero siempre intimista y espiritual, si así podemos llamarle a esa peculiar compaginación de sus ideas musicales con su estilo de interpretación.
El divino Miles, como me gusta llamarlo cada vez que corroboro su genio, es de esos músicos que demuestran que el jazz es patrimonio no sólo de personas cultas: “Que se jodan otros […] Como músico y como artista siempre he querido llegar al mayor número de personas posible. Y nunca me he avergonzado de ello. Nunca he creído que la música llamada jazz estuviera destinada sólo a un reducido número de personas o a convertirse en una pieza de museo guardada bajo cristal como otras cosas muertas que en algún momento se consideraron artísticas…”. Y lo lograste, maestro.